miércoles, 22 de mayo de 2013

Noche de tango y milonga

Hace un par de días, cuando la ciudad se encontraba a una temperatura aproximada a los seis grados, decidimos lanzarnos en medio de la noche en búsqueda del chamuyero. Llevamos un gato negro para la celebración, vimos que era una excelente compañía para la noche que apenas comenzaba, yo no contaba con la fuerza necesaria y el valor para abrirlo como el rito lo exigía, hasta que ella se decidió y así logramos oler sus entrañas, un par de perros se acercaron, parecía que también querían probar la pócima, pero fue imposible compartir con ellos, porque justo en ese instante...lo encontramos!!!

Si, ahí estaba, todo cubierto de arrabal, era él, el famoso chamuyero. Aun no me explico como hicimos para llegar hasta allí, después de haber deambulado por las calles con un gato negro que pasó de nuestras manos a nuestra laringe, después de haber sido perseguidas por un par de perros hambrientos.

Al fin llegamos a nuestro encuentro casual -a nuestra cita - con el destino, todas logramos entrar, nadie nos dijo nada, pero eran muchos y todos hablaban en un mismo lenguaje: el tango. Tratamos de ubicarnos en el lugar mas cómodo que encontramos y que nos permitiera observar de cerca el espectáculo. muchos de ellos estaban sentados al rededor de pequeñas mesas de madera iluminados por una luz entre roja y amarilla, al fondo se divisaba el centro donde se congregaban por parejas a acercar sus cuerpos sensualmente al ritmo del tango y la milonga.



Una de las chicas decidió traer a nuestra mesa una botella con capacidad de un litro llena toda de un liquido burbujeante con sabor a cebada, madera y alcohol, la distribuimos en cinco recipientes cilíndricos, que se iban llenando cada vez que se veían un poco vacíos, hasta que en dos de ellos se colaron los restos del gato negro que habíamos escondido en una de nuestras mochilas de esos perros que nos siguieron hasta el lugar.

En medio de las luces, la música, el baile sensual y un nuevo perro que se coló en la fiesta, de repente, todo fue silencio, un silencio que sólo podía ser interrumpido por el sonido de un bandoneón, que nos trasladaba a aquellas épocas en que Gardel visitaba a Medellín. Un cantante que no requería micrófono para que su voz invadiera cada rincón del lugar comenzó a interpretar bellos tangos, mientras los demás presentes nos encantábamos lentamente al escuchar las melodías.

La noche finalizaba y nosotras debíamos despedirnos del lugar, porque ya estaba helando y si nos quedábamos un tango más corríamos el riesgo de salir a la calle y que nuestros pulmones se congelaran mágicamente.

El chamuyero definitivamente es un lugar para volver, no se si con la frente marchita o con el espíritu dispuesto a guardar dulces recuerdos, pero ahí estará, en la calle corrientes, los perros te indicarán como llegar. 

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