domingo, 5 de mayo de 2013

A orillas del Paraná



Rosario es una ciudad llena de mucho azul en el cielo -cuando los edificios no te impiden verlo- que se expande hacia todos los puntos cardinales, hasta que muy al norte se choca con una sustancia liquida que recorre de occidente a oriente el límite de la ciudad. Allí se encuentra el Paraná, con su inmensidad, con esos  barcos que lo obligan a imitar el mar, con lanchas pequeñas conducidas por los adinerados de la ciudad y  hasta por un par de piraguas diseñadas para que los turistas lo recorran, esto sin olvidar los amigos peces que sobreviven allí ocultándose de cuando en cuando de los múltiples pescadores que los buscan de día y de noche para usarlos como platillo principal en sus indecorosas cenas.

Hoy salimos ya por cuarta vez a caminar por el paseo del río realizando algunas estaciones de carácter técnico- artístico en el sentido más flautista de la palabra, al llegar allí, con lo primero con que uno se suele topar, es con un montón de verde que se esconde bajo las mantitas de los rosarinos que acostumbran visitarlo los domingos acompañados de sus niños, abuelos, perros, instrumentos musicales y su infaltable mate.

Si se sigue caminando van apareciendo sorpresas por todo el camino, el primero que aparece es el señor que vende pochoclo -crispetas en colombiano- y que va tocando una especie de bubucela para que los transeúntes se percaten de su presencia si es que que no han sentido el olor llamativo a crispetas de salida de misa. Luego, suena otra bubucela, casi siempre de color amarillo o verde, esa, es la de los churros, que no son de esos que venden en las esquinas de Medellín con la estrategia de mercadeo denominada olor perseguidor a tres cuadras de distancia; los churros aquí son diferentes, ya vienen preparados y el olor se siente cuando los tienes en la mano, algunos tienen un tamaño parecido al de una dona, otros son una especie de palitos rellenos con dulce de leche y los otros son como arepitas fritas con sabor a churro.

Y ya está ahí, se divisa el río Paraná en su inmensidad, nos ofrece una vista hermosa desde el paseo peatonal, resulta placentero deleitarse y hasta escaparse de la realidad solo con ver el lento movimiento de sus aguas mientras la brisa provocada por el viento en los árboles ribereños comienza a acariciarnos el rostro. Caminamos un poco más, y aparece de la nada un tendido de libros en el piso, como si los hubiese brotado la tierra, esos libros que nunca encontramos en el pasaje la bastilla o que debido a su mala edición no pudimos adquirir, allí, en un mismo lugar se encuentran desde libros de literatura clásica universal, pasando por los mas famosos de origen latinoaméricano en verso y prosa, la ola japonesa, gringa, europea y otros que no tienes idea de donde pudieron haber salido, pero que te dejan atónito y quieres comprar sin pensarlo mucho.

El camino continúa y las sorpresas también, ahora se trata de los grupos musicales, que los hay para todos los gustos, desde música clásica con violín, chelo y contrabajo, hasta reggae y rock and roll; aparecen también los artesanos con sus collares, alertes, manillas, mates y bombillas, figurillas en alambre y madera, camisetas pintadas a mano, vestidos únicos en su diseño y otra serie de artefactos que ahora no recuerdo.

Más adelante, aparecen ellos, lo que no quieres ver, si, ellos, los del clown, los desesperantes, están por todas partes, creo que se multiplican por obra del peor mago del lugar, uno muy burdo, que engaña todo el tiempo al público y no se avergüenza de ello. También aparece la chica que hace de estatua humana y nuestro amigo marioneto con su mono pianista imitador de John Lennon. 

Por uno de los lugares del paseo del río, nos encontramos con una suerte de coliseo donde se reúnen domingo a domingo un número indefinido de parejas de baile compuestas por niños, jóvenes y ancianos, quienes se ubican en fila india y empiezan a bailar danzas tradicionales de muchos lugares haciendo énfasis en los bailes gauchos y el tango.

Finalizando el recorrido nos encontramos con una pista de patinaje donde niños y jóvenes se dedican a hacer piruetas que te dejan con la boca abierta.

Cada espectáculo que nos encontramos, va convocando a una ronda de personas para que no nos quede otro remedio que asomarnos por un pequeño espacio para descubrir lo que allí se esconde. Por el camino pasa mucha gente caminando y nosotras aprovechamos para intentar camuflarnos entre ella, pero es difícil, especialmente con nuestro acento o tonada para los argentinos, quienes al menor descuido nos preguntan que de donde somos y después de todas la explicaciones del caso, terminamos por invitarlos a visitar Colombia.

Van siendo las 6:30pm y el sol empieza a ocultarse, comienza a hacer frío y entonces partimos a casa felices después de haber comprado un par de libros, comido churros, leído poesía y deleitado la vista con el paisaje y las personas que lo habitan. 

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