La historia que tenemos para contar ha sido la más esperada desde el día en que se abrió este blog, no por la redacción, ni por las impresiones que podría llegar a generar, sino por los anhelos que cada día se hacían mas fuertes.
Resulta que ahora las martas se han convertido en grandes amantes de las bicicletas, tanto que en una navidad pidieron de regalo aprender a manejar una de ellas, y sí que lo lograron con un par de raspaduras en sus píes debido a las calles empedradas y las aceras levantadas a medio metro de las calles de la colonial Santa fe de Antioquia.
El segundo deseo era tener una bici propia, para recorrer una ciudad del sur a cualquier hora del día, siempre me imaginé que se trataría de una de esas de segunda que no tienen mucha gracia, esas que uno conoce popularmente como todo terreno, pues conseguir una con un estilo vintage, no era muy factible...hasta que al llegar a Rosario nos encontramos con la grata sorpresa de una ciudad sobre ruedas, y lo digo, porque en cada esquina ves una bici atada a un árbol, a un poste, a un parqueadero público especializado para ellas, y lo mejor de todo, es que la mayoría de las que transitan por la ciudad es del estilo ochentero, con canastita, parrilla, freno de contrapedal, casi todas muy pintorescas, así que mas enormes se hicieron las ganas de tener una para deambular por la ciudad.
La búsqueda comenzó: visitamos varios lugares donde vendían caballitos de acero de segunda, si en había ni media para vender, en el otro costaba una fortuna, incluso vimos un par que estaba vendiendo un chico que vende libros los domingos en el paseo del río, pero nada, una era demasiado alta como para poner el pie en el piso mientras cambiaba el semáforo y la otra, ya no la querían vender.
Empezaba a ponerme tristes hasta que al fin apareció la adecuada de la forma mas inesperadamente posible, resulta que comentándole a un compañero de la clase de tela y trapecio los fracasos para conseguir la bici, me dijo tan tranquilamente que él tenía varias bicicletas y que tenía una que ni siquiera usaba, que si yo quería el me la prestaba indefinidamente, por el tiempo que yo quisiera, que si se me antojaba, la podía pintar de rosa y que él no tendría ningún inconveniente.
En efecto, al día siguiente muy temprano fui a encontrarme con la anhelada bici en casa del compañero, y ahí estaba, esperándome, parecíamos hechas la una para la otra, ella tenía sus llantas pinchadas, pero eso no fue obstáculo para que se fuera conmigo rumbo al taller, y luego rumbo a casa.
Ahora, es nuestra gran amiga, yo a veces me escapo con ella a buscar un nuevo rumbo por la ciudad, y Cata, ella está dando sus primeros pedalazos.
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