sábado, 12 de abril de 2014

Nostalgia otoñal

Vivir fuera del país en que naciste, sin tu tu padre el cariñoso, el que se pone como un niño cuando te ve a través de una pantalla, ese que no da la cara sino el perfil, para que no notes sus lágrimas en los ojos, pero que de tanto llevarse la mano al rostro se hace evidente el llanto de un viejo que extraña a su niña; y qué decir de tu madre, esa mujer que con casi setenta años de vida, los últimos meses que estuviste en su casa antes de partir te despertaba con un ramito de flores silvestres y un desayuno en la cama, siempre con la arepita redonda y gordita que tanto le gusta a su princesa.

Estar aquí en esta ciudad acompañada por un enorme río, sin las risas, los regaños, las tardes de pelicula, los amores públicos y ocultos, la cerveza en frente de la universidad, sin carimañola de queso con guacamole, sin los famosos atotoyes de Laurita, sin los arañazos de guadalupe cuando estás de visita en su casa, sin las Catas y sus cremas de tomate, por no decir sus grandes recetas, sin su pasión por la música y el teatro; sin las preguntas inteligentes de Vane y esa cosa que la convierte en el mejor pepe grillo de la historia, sin sus invitaciones a ver una película de Hitschcock o de Buñuel  en algún club de cine de la universidad; sin los juicios políticos de estos tres personajes porque una vio primero que la otra a alguien sexy especialmente si se trata de un saxofonista, o simplemente porque olvidaste el nombre de algún filósofo.

Continuar con el rumbo de los días sin ver canales para niños, ni enseñarle las vocales a algún Simone que ande por ahí suelto con ganas de saber que con la A se escribe avión y que la naranja se pasea de la sala al comedor, que le gusta inventarse historias sobre monstruos que no existen, acompañado de su eterna camarada madame mim, sus bailes, salidas a caminar y su extraña forma de enseñarle a meditar a un pequeño de cuatro años -ahora de cinco-.

Y se bien que esto se llama la vida en rosario, y que debería estar hablando de los colores de las hojas que se caen de los árboles en este otoño gris, pero ahora solo puedo hablar del efecto que este fenómeno acompañado del frío que avisa la proximidad del invierno produce en mi y me pone a escribir desde la buhardilla desde donde cada mañana se ve por un orificio la salida del sol.

...

Pero no son sólo nostalgias

Sentir que pasan los días, y si bien ellos no están cerca, físicamente aparece su energía y su cariñito en el alma; la soledad y el abandono no se a donde se fueron, pues parece que no soy de su agrado, y si que han sabido demostrarlo, con las compañía de los rosarinos del piso de abajo; las cenas colombianas con un paisa y un par de rolas chifladas; las locas aventuras del trio maravilla, los jueves que se transforman en cualquier otro día de la semana tan sólo con un aguacero y infaltable su puerta gato; las divertidas amigas de canto con sus voces roqueras que cantan folclor, sus romances de otro continente, el manejo excepcional de la percusión y las risas cómplices durante clase; los romeos y las julietas en un mal de vereda crónico; las clases que me han convertido en una abogada cada vez mas incrédula de la ley y de los abogados chupasangre; esas otras clases donde el arte y yo nos conectamos y donde no faltan personas adorables como la mejor profe de teatro que he tenido en la vida; y tantas otras personas, sentimientos y cosas que me hacen sonreír en medio de este otoño gris que por poco me hace caer de la bici esta mañana con sus vientos inclementes repletos de hojas de todos los colores soñados

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