No puedo negar que entre mis escritores favoritos siempre ha estado el gran Pessoa y cómo no, su poema Tabaquería, ese que te pone a meditar sobre el sentido de la vida, sobre eso que ocurre todos los días en la vereda de en frente, en lo que la gente dice ser y en lo que realmente es, en esa sociedad que se encuentra allá afuera con un hambre voraz de ingenuos que tengan miedo a comerse el mundo a mordiscos.
Siempre me imaginé a ese hombre de la buhardilla, a ese que siempre lo fue y que quiso serlo sin importar el lugar real de habitación, hoy resulta que me he convertido materialmente en la chica que habita uno de esos cuartos que están alejados del resto de la casa, que por la ventana puede observar los amaneceres y las noches de luna llena mientras escribe disparates, que se encierra tapando las luces con cortinas, en una tarde lluviosa de sábado para ver una película de un director cuyo nombre se me escapa, pero que habla sobre gitanos, dientes de oro y una banda musical tocando atada al tronco de un árbol.
Me he convertido en esa chica que sale de casa sobre dos ruedas que funcionan sólo si pedaleas mucho, esa que transita entre una avenida y otra atravesando las vías del tren entre sobresaltos, imaginando que vive en los años treinta o se a mudado a unas cuantas cuadras de la casa de Ana Karenina, esa que en medio de la noche escucha el silbato del tren y siente que la historia se está repitiendo.
Y resulta que justo me asomo a la calle desde la terraza de la casa, y veo esa suerte de almacencito donde la gente va a pedir una llave nueva para abrir alguna puerta, y me pregunto, si será que tenemos demasiadas puertas que no llegaremos a abrir nunca, puertas de esas que no requieren llaves y por ende se nos salen del menos común de los sentidos.
Entonces vuelvo a pensar y no se, creo que no se nada, esta vida en este país donde se entiende el sentido del color azul celeste (yo diría azul cielo argentino) tal vez sea un nuevo comenzar, un conocerse desde otras perspectivas, un reflexionar sobre los pretextos que me tienen escribiendo cada noche la historia de algún personaje para un corto cinematográfico, inspirada en alguna noticia de la prensa, algo que marcó mi vida o eso que pasó en la cerrajería de en frente.
Ahora siento que he fracasado en la idea de ser considerada una gran jurista, creo que me quedaré con la vida teatral, con la carpa y el circo con monos y todo, balanceándome en el trapecio de un lado a otro y a veces, sentarme en la barra a observar como los espectadores quieren ver una figura más y hacerles una mueca al mejor estilo clown, luego bajarme y ponerme el disfraz de intelectualoide con gafas que me trajo a explorar estos caminos.
Desde la terraza de la casa los días y las noches parece que transcurrieran en otra dimensión, el sol se ve allá lejos tan redondo como una bola de fuego, mientras del otro lado las nubes van tomando un color violeta y una curiosa estrella quiere hacerse pasar por un lunar coqueto que adorna la sonrisa de la luna, en las noches, después de una tarde de lluvia, la ciudad se llena de niebla y si por algún descuido te encuentras observando ese espectáculo, podrás llegar a sentir que la catedral de notre dame se ha trasladado a Rosario.
Va siendo hora del te y yo solo pienso en comer chocolatinas, quiero comer chocolatinas, pero sólo encuentro un recipiente sin etiquetas relleno con dulce de leche en la heladera, uno que compraron los chicos la otra tarde para comer dulce de leche de verdad, mientras yo añoro comer chocolatinas y tomarme un café de máquina donde pastora, guardar la lámina pegándola en alguna libreta o adornando los muros de la ciudad.
Y bueno aquí estoy yo, queriendo ser la chica de la buhardilla sin serlo, comiendo dulce de leche, estudiando en el extranjero sin aguapanela para el resfriado, y con un grupete de compañeros que quisieran ser como yo, ignorando que la otra tarde llegué llorando a casa porque no quiero ser como ellos.
La rueda gira, y ahora veo que sale un hombre del almacencito de en frente, creo que lleva en sus manos un par de llaves pero no las logro identificar, ya que mientras las guarda en uno de sus bolsillos me mira mientras el encargado del local se sonrie.